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¿Fiesta obligatoria? Un pequeño gran error que puede acelerar la rotación
La convivencia forzada en fin de año no es un detalle logístico: es un síntoma de liderazgo autoritario que afecta reputación, clima y compromiso. Esto es lo que RH debe atender.

Las celebraciones decembrinas suelen pensarse como herramientas de integración, pero para muchos colaboradores se han convertido en un reflejo de cómo opera la organización.
Cuando las empresas imponen la asistencia—abiertamente o mediante presión sutil—el mensaje que reciben los equipos no es “queremos convivir contigo”, sino “no tienes opción”. Esa percepción de autoritarismo afecta la confianza y genera incomodidad, especialmente en culturas laborales donde la voz del colaborador rara vez es tomada en cuenta para decisiones que los involucran.
Las investigaciones en liderazgo coinciden: cuando quienes dirigen asumen decisiones unilateralmente, se incrementa el resentimiento y disminuye la disposición a participar en iniciativas futuras. Para los equipos, una fiesta obligatoria no es un evento aislado: es evidencia de que la organización prioriza jerarquía por encima de la escucha. Y este tipo de prácticas es una de las razones que más pesa a la hora de renunciar entre quienes tienen varios años en la empresa, según estudios recientes sobre experiencia del empleado.
La alternativa es simple, pero poderosa: diseñar espacios donde la participación sea voluntaria, preguntar antes de decidir, ajustar a las necesidades reales del equipo y ofrecer opciones para quienes prefieran no asistir.
La intención del evento no cambia—fomentar unión y bienestar—pero la forma en que se construye sí determina el impacto. Cuando RH promueve esta escucha activa, las celebraciones dejan de ser un trámite y se convierten en un gesto auténtico de reconocimiento.